
¿Existe el voto razonado? ¿El voto racional? ¿Qué pesa más al momento de sufragar, las propuestas o el mensaje absurdo peor atractivo? pensamos que nuestra decisión de otorgarle un voto a un candidato es el resultado de un proceso razonado, minucioso, en el que sopesamos una serie de factores, sin embargo, en gran medida estas decisiones son irracionales.
¿Qué tanto pesan las emociones frente a las razones en el voto?
Este año hemos sido testigos de decisiones que se han tomado más con el estómago que con la cabeza, donde el cinismo manipulador de los políticos y la ignorancia, inconsciencia o irresponsabilidad de los votantes han dado el Brexit y el NO a la paz en Colombia. ¿Qué sigue Donald Trump en la Casa Blanca?
El Academico Bryan Caplan, realizó un excelso análisis sobre el tema, demostrando que los votantes están llenos de prejuicios irracionales. Ejemplo: creen que se pueden bajar los impuestos y, al mismo tiempo, subir el gasto público. Quieren precios bajos, pero que se proteja la industria nacional.
El votante medio no es un doctor en economía que entiende las sutilezas de la política económica. Al electorado le gustan los puntos de vista irracionales, aunque estén equivocados. Total, si el país convierte estas preferencias en políticas públicas, quien paga los platos rotos es la sociedad entera y no ellos como individuos. En este sentido, el votante individual tiene incentivos para ser irracional.
Existe un hilo conductor entre Álvaro Uribe, el populista hombre orquesta que dirigió la campaña por el no en Colombia; Boris Johnson, la figura más carismática por el no a la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea; y Trump, que insulta a la verdad cada hora del día en su campaña para que la estupidez tome posesión de la Casa Blanca.
El plebiscidio colombiano ha sido la obra maestra de la larga carrera política del expresidente Uribe que logró ganarse las mentes (si esa es la palabra) y los corazones (oscuros) de la mayoría de aquellos pocos colombianos que se tomaron la molestia de participar en el voto más importante de la historia de su país.
Les recordó lo que todos sabían, que las guerrillas de las FARC con las que el gobierno colombiano había firmado el acuerdo de paz, eran detestadas por el 95 por ciento, o más, de la población; acto seguido les convenció que, abracadabra, si a las FARC se les dejaba participar en la política, como contemplaba el acuerdo, ganarían las siguientes elecciones y su líder, un marxista caducado apodado “Timochenko”, sería el próximo presidente del país. Más de la mitad de los colombianos que votaron el domingo fueron incapaces de detectar la ilógica matemática de su planteamiento.
Boris Johnson, el bufonesco actual canciller británico, mintió descaradamente a los votantes sobre los millones de euros que Reino Unido entregaba cada semana a la Unión Europea e insinuó al dócil electorado que si su país permanecía en la Unión Turquía se vaciaría y sus 78 millones de habitantes se trasladarían a territorio británico.
Trump dice tantas mentiras que se necesitaría un libro para documentarlas todas, pero la más gorda, aquella que cuenta que solo un muro de 3.200 kilómetros podría impedir una invasión de violadores y narcotraficantes mexicanos, es la que más ha resonado entre sus fieles.
En todos los casos —Uribe, Johnson, Trump— la mentira ha sido un instrumento del miedo, la más primaria de las emociones humanas, la que más alborota los procesos mentales de los niños pequeños, la que apela a los terrores que asaltaron a nuestros ancestros desde que se empezaron a escribir los libros de historia, y seguramente desde antes de la edad de piedra –aquellos terrores que tenemos anclados en las profundidades del cerebro reptiliano. Mucha red digital, mínimo criterio racional.
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