— Desdichado el pobre en espíritu, porque bajo la tierra será lo que ahora es en la tierra.
— Desdichado el que llora, porque ya tiene el hábito miserable del llanto.
— No basta ser el último para ser alguna vez el primero.
— Feliz el que no insiste en tener razón, porque nadie la tiene o todos la tienen.
— Feliz el que perdona a los otros y el que se perdona a sí mismo.
— Bienaventurados los mansos, porque no condescienden a la discordia.
— Bienaventurados los que no tienen hambre de justicia, porque saben que nuestra suerte, adversa o piadosa, es obra del azar, que es inescrutable.
— Bienaventurados los misericordiosos, porque su dicha está en el ejercicio de la misericordia y no en la esperanza de un premio.
— Nadie es la sal de tierra, nadie, en algún momento de su vida, no lo es.
— No hay mandamiento que no pueda ser infringido, y también los que digo y los que los profetas dijeron.
— Si te ofendiese tu mano derecha, perdónala; eres tu cuerpo y eres tu alma y es arduo, imposible, fijar la frontera que los divide…
— No exageres el culto de la verdad; no hay hombre que al cabo de un día, no haya mentido con razón muchas veces.
— No jures, porque todo juramento es un énfasis.
— Resiste el mal, pero sin asombro y sin ira. A quien te hiriere en la mejilla derecha, puedes volverla la otra, siempre que no te mueva el temor.
— Yo no hablo de venganzas ni de perdones; el olvido es la única venganza y el único perdón.
— Hacer el bien a tu enemigo puede ser obra de justicia y no es arduo; amarlo, tarea de ángeles y no de hombres.
— Hacer el bien a tu enemigo es el mejor modo de complacer tu vanidad.
— Da lo santo a los perros, echa tus perlas a los puercos; lo que importa es dar.
— Busca por el agrado de buscar, no por el de encontrar…
— La puerta es la que elige, no el hombre.
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